¿Existe el mal viaje de ayahuasca? En esta tercera y última entrega de la serie de entrevistas a David Londoño (aquí se puede leer la primera parte, y aquí la segunda), psicólogo y coordinador del Centro de Apoyo de ICEERS, abordamos el tema de las experiencias difíciles con ayahuasca. ¿Existen los malos viajes? ¿Qué son y cómo se pueden prevenir, manejar e integrar? ¿Qué papel juega el contexto cultural y el acompañamiento terapéutico? ¿Qué beneficios se pueden extraer de estas experiencias desafiantes? David nos comparte su visión al respecto y nos ofrece algunas claves básicas a la hora de enfrentarse a este tipo de situaciones.

 

El concepto de «mal viaje» (bad trip) procede de la cultura psicodélica, de la LSD. ¿Existe tal cosa como un mal viaje de ayahuasca?

A mí no me gusta usar la expresión «viaje» al hablar de plantas maestras, porque me suena precisamente a trip. El trabajo de plantas maestras es justamente un trabajo, no un viaje. Creo que no es adecuado extrapolar lo uno a lo otro. En las culturas de origen estas plantas se observan con gran respeto y guardan un vínculo con lo sagrado, por lo que nunca son tomadas a la ligera, como algo recreativo o light. Eso es lo primero. Dicho esto, ¿puede haber una experiencia difícil? Muchas veces. El trabajo de integración posterior a menudo está bastante centrado en esas experiencias, que pueden ser vistas como que «algo salió mal», para volver a darles significado. Gente que dice «la planta me dañó el cerebro», o «yo estaba sano y ahora me encuentro enfermo», o «estoy paranoico, deprimido, no salgo de la casa», o «siento que soy Dios», son ejemplos de personas en riesgo.

Parte del trabajo que hacemos en el Centro de Apoyo de ICEERS es ayudar a la persona a entender que muchas veces no es que algo haya ido mal con la planta, sino que la planta hizo aflorar algo que ya estaba ahí. En mi experiencia, casi siempre que la persona experimenta un bad trip, esa situación ya de alguna manera estaba presente antes en su vida. Frecuentemente, si uno observa con atención, en la vida de esa persona ya había síntomas de depresión, paranoia, narcisismo u otro tipo de fragilidad. Ahí la persona se da cuenta de que la experiencia con la planta habla de su vida o de sí misma. Entonces puedes pasar de bad trip a hard truth («verdad difícil»). Aceptar y trabajar con esas verdades difíciles nos pueden llevar a dinámicas curativas también. Eso no quiere decir que no haya, con bastante frecuencia, malos manejos por parte de facilitadores o guías, que llevan a la gente a hacerse daño, bien sea por causas psicológicas, por mezclas de sustancias que no se deben mezclar, por falta de conocimiento por parte del guía, por abuso de poder o por falta de cuidado del aspecto energético, que es también bastante común.

 

¿No debería salir una persona, si no mejor, al menos no peor de una toma de ayahuasca?

Depende. A veces lo que hace la ayahuasca es permitir que la persona profundice en algo que estaba negando durante mucho tiempo. Por ejemplo, la ayahuasca permite que una persona toque una depresión que estaba evitando desde hace años, o la ayahuasca abre un duelo que la persona tenía bloqueado durante mucho tiempo, y la persona se abre por fin a ese duelo, o a un profundo enojo que tenía escondido. Entrar en contacto con eso le puede permitir avanzar en la resolución de esos conflictos. Por lo tanto, hay gente que toma ayahuasca y sale más triste o más enojada o con más rabia que antes. Esto es muy interesante: ¿cuál es el criterio por el que una persona puede decir que una sesión fue buena? Existen otros criterios más allá del simple bienestar momentáneo, también en el mundo tradicional. Hay gente que dice que le fue maravillosamente bien porque tuvo visiones placenteras. Desde otras miradas, eso puede ser considerado una evasión. Para ciertos curanderos, sin embargo, una sesión muy confrontante es una de las mejores sesiones que puede haber.

 

Por tanto, podemos decir que si sales más consciente de la experiencia es positivo, incluso a pesar del dolor.

Yo creo que sí. Cuando la sesión implica un contacto con el dolor no es algo gratuito, sino con una dirección hacia la salud. A veces, poder sentir ciertos dolores es muy terapéutico. En nuestra cultura hacemos todo lo posible por no sentir dolor. Si nos duele un poquito, tomamos un analgésico, y si es dolor emocional, un antidepresivo. No toleramos el dolor, y al mismo tiempo se mantiene una presión social hacia el placer, el confort y la felicidad. No obstante, en el marco correcto, poder conectar con el dolor es muy sanador.

 

¿Está aumentando la mezcla inapropiada de plantas y sustancias psicoactivas durante los rituales?

Yo creo que es una expresión del consumismo llevada a las plantas maestras. La gente ya va llevando la cuenta de cuántas dietas y ceremonias ha hecho, y piensa que cuantas más haga, es mejor y va a volverse más «espiritual». Se trata de otra dinámica de voracidad. Esta necesidad viene impulsada por una falsa promesa proveniente del movimiento psicodélico, y de un optimismo insano en el que a mucha gente se le ha dicho que ahí está una cura rápida, indolora, sin esfuerzo y sin mucho trabajo personal. Ahí hay un pretendido atajo hacia la salud y hacia la espiritualidad. Yo creo que es un gran engaño, una ilusión, y lo que yo veo es que son personas que se lastiman mucho y pierden su tiempo, recursos y energía. Con esto no niego que puede haber grandes avances, pero no son las resoluciones milagrosas que se anuncian en los carteles de publicidad con estrellas de Hollywood: «En una noche resolví lo que no resolví en siete años». Eso es un gran engaño.

 

No sólo en Occidente. También los curanderos de la selva están añadiendo plantas psicoactivas a la mezcla para potenciar las visiones de sus clientes…

Así es en algunos casos. Para nosotros, las visiones resultan fascinantes, nos encandilan. Para muchos curanderos en Perú, cuando se termina una sesión de ayahuasca, lo importante es si se vomitó o no se vomitó. De hecho, muchos se refieren a la ayahuasca como «la purga». Para ellos, el centro está puesto, no en la visión, sino en el efecto de limpieza que te da la planta. En nuestra cultura, en cambio, nos encandilamos con las visiones. Ahí también tienes el encuentro de dos mundos: en uno hay mucha riqueza material, y en otro mucha carencia material, y en ese encuentro hay unas personas demandando la visión, y pidiendo resultados rápidos. Alguien llega a la selva y dice: «Dame más ayahuasca, dame más visiones, y yo te pago más». Finalmente, en algunos lugares se van adaptando las costumbres a la demanda de los extranjeros.

 

Es el mercantilismo en acción.

El mercantilismo en acción, así es. En ciertos sitios hacen unos retiros de ayahuasca donde se ofrece una cantidad enorme de sesiones muy seguidas, mucho más de lo que la gente puede integrar sanamente, y hay mucha gente que sale lastimada de ahí. En el mundo tradicional nunca se hace eso, es un trabajo progresivo. Es como cuando vas a un gimnasio, vas construyendo músculo poco a poco, no puedes hacerlo de golpe porque te puedes lastimar. Lo mismo vale para las plantas y para las dietas.

 

¿Consideras correcto el uso de antipsicóticos para cerrar el «mal viaje»?

Yo no creo que haya respuestas absolutas en esto. Hay «malos viajes» que son muy peligrosos. Si una persona se siente perseguida por los demás, y empieza a atacar a los otros para protegerse, es algo que debe ser interrumpido, y si para ello hay que utilizar una medicina psiquiátrica, hay que saberla utilizar bien y a tiempo. Por supuesto, lo ideal es realizar un muy buen proceso de filtrado y hacer una muy buena sesión para que no se produzca una de esas situaciones. Si se hace esto, el número de casos que terminan de esa manera se puede reducir enormemente. En otras ocasiones, hay que acompañar a la persona para que transite la experiencia de la manera más terapéutica posible sin necesidad de interrumpirla, pero no todo el mundo tiene esas posibilidades.

En los círculos neochamánicos, muchas veces se presenta una suerte de postura que rechaza la medicina convencional, la psicología y la psiquiatría. Sin embargo, mi experiencia en Perú fue que se pudo salvar la vida de mucha gente —literalmente— gracias a intervenciones psiquiátricas, psicológicas y farmacéuticas oportunas, cuidadosas y adecuadas. No se trata de regresar a un pasado primitivo idealizado y que no nos pertenece sino de integrar medicinas, conocimientos y fuerzas. Aquí también es una cuestión de integración, pero ahora en el sentido de integrar saberes.

 

Por tanto, no deberíamos renunciar de plano a usar estas herramientas.

Exacto. Son herramientas. Se puede abusar de ellas o se pueden utilizar bien, igual que las plantas.

 

¿Existe el equivalente vegetal al antipsicótico entre los chamanes indígenas?

Para empezar, no necesariamente usan nuestros mismos conceptos de enfermedad. «Psicosis» no necesariamente es una categoría que tiene un «antipsicótico». Habiendo dicho eso, hay por ejemplo plantas mucho más asociativas que disociativas, plantas que aclaran la mente, refuerzan la raíz, estimulan la conexión con el propio cuerpo, el sentido del yo y los límites. Y los curanderos indígenas tienen muchas herramientas más allá de las plantas específicas. Por ejemplo, un ayahuasquero que está bien formado puede bajar el efecto de la planta con una soplada o a través del canto, o puede «succionar» una parte del efecto de la ayahuasca o pasárselo a otra persona, o tomarlo para sí misma. También hay plantas que ayudan a bajar la «mareación». Tienen conocimientos y habilidades muy sofisticadas para intervenir sobre la intensidad de la ayahuasca durante y sobre sus efectos a medio y largo plazo

Ilustración: Pixabay.

Fuente: ICEERS